Alberto Rodríguez es uno de los mejores directores de cine en españa. No digo eso, su propio trabajo palabra por sí mismo: hasta los más reacios a alojar que en nuestro país asimismo hay buena filmografía recurren a ‘La isla mínima’ o ‘Género 7’. Sabe tocar las teclas que hacen un retrato de personaje de película y divertido. para el gran manifiesto, espectacularidad y crítica social en una mezcla que ha mejorado casi a la perfección.
El ‘Maniquí 77’ encaja en temas carcelarios, eso sí: adicionalmente, a veces se baña en ellos sin vergüenza. Pero al mismo tiempo está rodada con mano firme, secuencias sorprendentemente proporcionadamente dirigidas y un clan de actores que, apartado de Miguel Herrán (muy despistado, que parece estar en otro banderín), fácilmente podría arrebatarle cualquier ropaje de premios este año. Si está agudo para ir tras las rejas, póngase su traje y prepararse para una revisión de la democracia temprana del puesto menos esperado: el Maniquí Madrid.
¡Perdón, dispensa!
‘Maniquí 77’ es una película carcelaria, con todo lo que ello implica: no es ‘Dos primaveras y un día’ y no podemos ignorar el despotismo policial en el momento de la Transición. Verás todo lo que estás esperando: el patio de la prisión, los apuñalamientos, los registros por sorpresa, las palizas, las noches en la celda de aislamiento… se niega categóricamente a quedarse en el retrato de simplón Lo hemos trillado miles de veces antiguamente, y las típicas palabras de moda de la prisión son solo el empaque de un fascinante estudio de personajes en un puesto y un tiempo que el cine no ha explorado por completo.
Es cierto de que Manuel, el protagonista, disparará: La proceso de su personaje ocurre fortuitamente al manifestación de la película y sus vaivenes emocionales son una pequeña molestia para el ritmo de la película, que vive en su sombra. Pero a tu banda hay un buen clan de ayudantes con su propia vida, sus dolores, sus ansias de dispensa, las traiciones, las contradicciones y, en definitiva, la vida.
Los reclusos del penal Alberto Rodríguez se sienten vivos todo el tiempo, balbucir como personas, relacionarse y comportarse como seres humanos privados de dispensa pero no la inteligencia. Si lo más posible fuera caer en la Malamadre de policía (sin desprecio por la estupenda ‘Cela 211’), aquí tenemos a Pino, un reo acoplado acostumbrado a estar entre rejas que ha hecho su vida fuera de su celda y que, por pura desesperación, no se plantea salir. Javier Gutiérrez interpreta uno de los mejores papeles de su vida dando rostro al personaje más fascinante de la película y uno de los más increíbles del cine castellano de los últimos primaveras, que en cada susurro (“Os dejo encerrados ahí cabrones”) expresa más de cientos de actores gritando desconsoladamente.
entre barrotes
Rodríguez no quiere contar un biopic, ni lo necesita. El escena de la película en Maniquí, a mediados de los primaveras 70, el propio contexto histórico vale y es suficiente para contar decenas de pequeñas historias de la historia que no importa si se basan en hechos reales o son pura ficción: el problema ético de los presos peligrosos que asimismo pidieron remisión, el homicidio a raza fría de los funcionarios, la revolución interna, el deseo de cambio en una clima sombrío.. Aunque parezca, una vez más, un tópico, el contexto histórico es el auténtico protagonista de la película.
Mediocre. Este es el color que define al ‘Maniquí 77’, una representación de la sociedad de la época: había llegado la democracia, sí, pero quienes gobernaban seguían siendo los de siempre. Y es esta contradicción, que en un principio la propia película se niega a aceptar y luego agacharse pesadola que le da a la película un tono equívoco, de dolor continuo, de pérdida de esperanza: aun cuando los presos dan dos pasos delante, los garrotes y la impunidad política los hacen retroceder tres pasos.
No todo es un camino de rosas durante la proyección de un largometraje, por supuesto: el director transforma su trabajo en poco muy diferente en los minutos finales, haciendo drama político carcelario se disfraza de thriller de energía que, a pesar de su solvencia, no le sirve de falta. La tensión dramática desaparece por completo, los personajes son simples caricaturas de lo que fueron, eliminando sus matices de un plumazo, como si tuviera prisa por terminar. Es una pena, porque si no fuera por estos últimos momentos, ‘Maniquí 77’ sería una película inusual, sólo superada por ‘A Ilha do Línimo’ en la carrera del director.
una gran transigencia
El ‘Maniquí 77’ es espectacular en su expansión gracias a una dirección que nunca evita lo espectacular: Podría acaecer sido una película llena de silencios y lágrimas, pero en cambio la cámara siempre está en movimiento, la trama nunca deja de dar otro libranza y el banderín es tembloroso, realizado de frases lapidarias y momentos que, basados en hechos reales, son capaces de crear una fabulosa pasatiempo de Cañí.
Hace mucho que no nos vemos en el Festival de San Sebastián una transigencia tan poderosa como estauna película de primer orden y uno de los ejemplos más claros de que la historia de España Está realizado de pequeños momentos que dan puesto a grandes, grandes historias.. ‘Maniquí 77’ es una película que llegaba con muchas expectativas y, por suerte, las cumple con creces. Mínimo que envidiar a nadie, por mucho que insistan algunos, una vez más.